Hay una escena de la película de animación Los rescatadores en Cangurolandia que me encanta cada vez que la veo.
Es hacia el principio, cuando los protagonistas, dos ratones, descubren que deben viajar hasta Australia desde Nueva York. Para ello contratan los servicios de un piloto experimentado: un albatros llamado Wilbur.
Wilbur deja que los ratones se monten sobre la lata de sardinas que tiene anudada a la espalda y que hace las veces de cabina, y entonces se ajusta el casco de aviador, toma carrerilla desde el ático de un rascacielos y se lanza en picado hacia la ciudad, cruzando la nieve, entre los alaridos de terror de los protagonistas.
La verdad es que la idea de coger un albatros para viajar a Australia no podría ser más acertada. Mediante satélites se ha descubierto, por ejemplo, que algunos albatros dan la vuelta al mundo en menos de dos meses y que pueden planear durante 6 días sin batir las alas.
-Esto es posible porque las enormes alas del albatros errante (3,35 metros de envergadura) necesitan muy poca energía muscular para mantenerse extendidas debido al “bloqueo de hombro”, un tendón especial que las mantiene en su sitio.
-A diferencia de las aves rapaces, el albatros no usa las corrientes térmicas para planear sino el empuje del viento generado por las olas del mar. Por esa razón, la parte más enérgica del vuelo del albatros es el despegue: es la única ocasión en la que necesita batir las alas con fuerza, como descubriréis si visionáis la escena que os he referido de Los rescatadores en Cangurolandia. Una vez en el aire, el joven albatros errante ya no aterriza de nuevo hasta que está listo para criar: algo que puede suceder 10 años más tarde.
Habéis oído bien, 10 años en el aire. Como George Clooney en Up in the air.
¿Cómo es esto posible? ¿Cuándo duermen? ¿Cuándo comen si no hay azafatas de vuelo? Los albatros duermen mientras vuelan, pues sus dos mitades del cerebro lo hacen por turnos. Y a la hora de comer, se alimentan de peces, calamares y krill, ya sea zambulléndose en el mar o cazándolos en la superficie.
Por eso no es extraño que un albatros recorra 1.500 kilómetros sólo para traerle un bocado a su cría. Para estos viajes tan largos, descomponen la comida en un aceite concentrado rico en proteínas que almacenan en el estómago. Como si fueran potitos sin fecha de caducidad para la cría.